Así que por lo menos un par de veces por semana valen.
Ayer, 16 de septiembre de 2010, fecha del bicentenario de la independencia de este H. País, fui a ver El Infierno, de Luis Estrada.
Tengo qeu diferir de la opinión de mi amigo Hernán Kesselman, a quien admiro por su talento como director, pero, no del todo culpable, ha juzgado la película desde el punto de vista de un argentino. Y no un mexicano. Cuando estamos hablando de una película muy mexicana.
Hace un par de semanas, cuando Hernán fue a ver la película, me dijo que le había parecido irregular. Sobre todo se refería al hecho de que la película cruza la línea de la comedia (partiendo de que sabemos que es una comedia negra) hacia el drama. Probablemente en otros países eso se ve como una práctica un poco extraña. Casi incomprensible.
Pero en México, país de contrastes, poner una comedia en la que nos relatan nuestra triste realidad (la mejor comedia es la realidad) al punto que nos hace gracia, al lado de escenas en donde a un protagonista le matan un hijo, pareciera que iría contra las reglas. Mckee hubiera pasado de varios guiones con este corte.
Pero en México lo entendemos.
Porque en México sabemos reírnos de la realidad lo suficiente como para después sentarnos a hablar de lo jodida que es la misma. Porque en México podemos reir de lo mismo que lloramos. Porque en México celebramos lo que es nuestro, y lo nuestro no tiene nada de que celebrar.
Por eso El Infierno es una buena película. Para México. Por eso los mexicano la irán a ver y saldrán diciendo "¡Cómo me reí! Pero que de la chingada estamos". Y salir con un sentiemiento distinto es falso. Es más, me atrevo a decir que la mayoría saldrán con el sabor de boca de que al situación está jodida, más de los que saldrán hablando de qué tan cómica resultó la película y qué tan bien representan sus personajes tanto Damián Alcazar como Joaquín Cosío, Ernesto Gómez Cruz, María Rojo y Daniel Giménez Cacho.
El Infierno es la película mexicana por excelencia. Ni muy muy, ni tan tan. Ni comedia, ni drama. Para un país que siempre ni está muy bien, ni está tan mal.
Feliz bicentenario.